miércoles, 31 de agosto de 2011

la alfombra mágica

La visita de Simona duró treinta minutos. Uno por cada año de matrimonio. Entró en el recinto como quien está a punto de profanar un territorio sagrado. El viento se encargó de musicalizar la escena con un portazo y los monstruos de cemento generaron un eco que delató su presencia. Las palomas, únicos testigos, se dieron por aludidas y se echaron a  volar, buscando tranquilidad en otra parte.
El primer minuto lo usó para observar el vuelo de las aves. Deseó ser una de ellas, salir volando de aquel lugar. Sentía que estaba visitando un territorio que ella había intuido por años, un oasis en las alturas ubicado entre médanos de nube y tormentas de aire.
Los tres minutos siguientes los pasó mareada por la sobre oxigenación. Para evitar caerse se agarro del muro que limitaba al recinto con el vacío, manchándose las manos con una crema verdosa e inmunda. Cuando se recompuso probó abrir el grifo y consiguió obtener las suficientes gotas de agua como para limpiarse. Ella seguía sintiéndose sucia, una intrusa que invadía aquel espacio que él nunca le había querido compartir. La sobre oxigenación volvía a afectarla. Simona tomó la sábana que ya estaba casi seca y una pequeña maceta de barro pintada a mano y trepó el muro. Miró a la gente y a los autos que transitaban las calles y respiró hondo. Frotó tres veces la artesanía y le pidió un deseo al genio. Extendió  la sábana y se lanzó a conquistar el vacío, flotando sobre su propia versión de la alfombra de Aladino.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Escenarios de Buenos Aires

En las inmediaciones de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires se encuentra el primer tele transportador de la Republica.  No es una maquina creada por el hombre sino un local.
Sobre la vereda finita de una calle casi tan angosta como un pasaje hay una puerta de hierro pintada de blanco. Esa puerta invita a viajar a París por un rato.
No importa de qué estación del año se trate. La gracia es advertirla un día gris y pesado, de esos en que llovizna delicadamente y el empedrado está patinoso.
El horario ideal para descubrirla sea quizás las tres de la tarde cuando todo es difuso. En ese momento vale tanto un almuerzo moderno como estar tomando el té.
También puede ser a las doce del mediodía, cuando no queda claro si se está desayunando o almorzando.
Porque la gracia de Florencio radica justamente en pasar a un espacio atemporal totalmente sacado de contexto.
Lo primero que impacta al entrar en aquel mundo es la combinación de la música suave que marca el pulso del lugar con el aroma del pan casero.  Sin  desconcentrarse por este efecto hipnótico  se debe estar atento y bajar cuidadosamente los dos escalones que lo llevan a uno a estar en otro nivel.  Ese es el primer paso hacia una nueva realidad.
El local tiene una capacidad máxima para doce personas. Hay solamente cuatro mesas redondas de mármol. Ninguna está pensada para más de tres comensales. Las sillas son de hierro, y muy pesadas. No hay lugar para colgar los abrigos ni las carteras.  El local es tan ínfimo que se colocó un espejo en una de las paredes para dar una sensación de mayor amplitud. En las demás se pueden ver pizarras inmensas que describen  sándwiches, tartas y pastas por un lado y tortas, masas y postres por el otro.  El protagonismo del local  lo ocupa la barra antigua de madera oscura  sobre la que descansan tortas, naranjitas glaseadas y medialunas.
Cuando se acumula mucha gente se puede tomar asiento en la mesa que esta sobre la vereda. La variedad de revistas y diarios contribuye a que la espera se vuelva más amena.
Los diferentes idiomas que se pueden oír en Florencio aportan a su carácter cosmopolita. Hay tardes en las que se puede escuchar fragmentos de conversaciones en ingles, idiomas nórdicos y dialectos indescifrables.  
Son treinta metros cuadrados que tienen el mismo efecto que el triangulo de las Bermudas, absorben y transforman.

jueves, 18 de agosto de 2011

descripción poética

Cada vez que expreso mi última palabra golpeo sobre la mesa con un martillo imaginario.
Mi corazón tiene miedo de ser tirado a los lobos, cada vez que aparece un candidato nuevo.
La luna le da la mano a mi ánimo y  juntos hacen su recorrido cíclico.
No es que sea pesimista, pero cada vez que tomo una decisión escucho el ruido de mil puertas que se cierran.
La arena de mi desierto me va puliendo, dándome forma y modelando mi mente.
Mi corazón se queja de todo lo que le doy, él no quiere que le ofrezcan esta vida convencional.
Los días en que llevo mis penas dentro de una olla a presión, los transeúntes de la avenida Alem corren peligro.
Con el fin de contribuir a la conservación del medio ambiente, le puse una bombilla de bajo consumo al farol que me alerta cuando estoy alejándome de mis objetivos.
El rostro de mi abuela da fe de que la taza contiene el elixir de la juventud.
Mi cama me pide a gritos que baile más y que coma menos.
Mi corazón reclama un poco de estabilidad.
Desde que el sol fue puesto sobre aviso de su inmortalidad, brilla con la intensidad de quien espera su final con total entrega.
La ventana tiene miedo de que la acusen de poco flexible, pero la pobre tiene siempre el mismo punto de vista.
La casa se jacta de su belleza, dice que por las noches hay hombres encapuchados que la miran relamiéndose desde la vereda de enfrente.
La luna hace su buena acción del día estando gordita, bien redonda, iluminando con fuerza el camino de quienes se pierden por las noches.
 Aquellas noches en las que esta debilucha y finita, la luna se siente en falta con quienes necesitan su asistencia.
La rueda le pide al piso que no genere fricción alguna porque ella quiere rodar hasta el fin del mundo.
La vela aterrada le reza a la nube para que se pinche, no quiere seguir consumiéndose.
El tornillo, eterno huérfano, que como un comodín podría encastrar en las sienes de cualquiera.
El agua del arroyo se lleva las piedras como tus palabras se las lleva el viento.
El agua desconfía de los pescadores del muelle, los considera saqueadores de maravillas.
Las raíces del árbol tiemblan cada vez que oyen el sonido de la moto sierra.
Cada año se expande más mi radio de acción, como los anillos de los arboles.
La casa de cada uno refleja al animal que llevamos dentro, la mía es la madriguera de un oso que hiberna.
Que útil seria contar con un cuchillo que sirva para cortar los lazos que nos unen a nuestros verdugos.

miércoles, 10 de agosto de 2011

engranajes

En honor a todo aquello que va encajando, de a poco..


Entre un objeto y otro: un engranaje;
Entre todos los objetos y el mundo.
Entre lo que sueño y lo que imagino,
Hasta que muta en un pensamiento consiente.
Engranajes traslúcidos
que desprenden destellos plateados;
ángeles que unen, arman, construyen, crean.
Sin casualidades
con causalidades.
Los hay también mentirosos, estáticos.
Momentos en los que creemos estar avanzando
siendo el tiempo lo único que avanza,
rozándonos,
incrustándonos mas y mas en la tierra, anclándonos a ella,
obligando a nuestros pies a echar raíces.

Existen además en este mundo, y en mayor  proporción
engranajes ágiles, sinceros:
los padres del contacto;
que comunican y traducen los silencios,
y le dan al mundo color, mientras decodifican miradas.

Entre lo que siento e imagino,
lo que consigo pensar,
precipitar, realizar, concretar,
materializar,
ganarle al tiempo y al espacio,
vencer, elevarme.

Aquellos puntos sin materia que forman el puente que une mi esfera tangible
con mi esfera intangible,
esos pedacitos de mundo donde no corre el tiempo
donde todo se vuelve eterno.

Son los breves segundos en los que nos miro
nos reconozco
nos veo y exclamo: Aquí estamos!