miércoles, 31 de agosto de 2011

la alfombra mágica

La visita de Simona duró treinta minutos. Uno por cada año de matrimonio. Entró en el recinto como quien está a punto de profanar un territorio sagrado. El viento se encargó de musicalizar la escena con un portazo y los monstruos de cemento generaron un eco que delató su presencia. Las palomas, únicos testigos, se dieron por aludidas y se echaron a  volar, buscando tranquilidad en otra parte.
El primer minuto lo usó para observar el vuelo de las aves. Deseó ser una de ellas, salir volando de aquel lugar. Sentía que estaba visitando un territorio que ella había intuido por años, un oasis en las alturas ubicado entre médanos de nube y tormentas de aire.
Los tres minutos siguientes los pasó mareada por la sobre oxigenación. Para evitar caerse se agarro del muro que limitaba al recinto con el vacío, manchándose las manos con una crema verdosa e inmunda. Cuando se recompuso probó abrir el grifo y consiguió obtener las suficientes gotas de agua como para limpiarse. Ella seguía sintiéndose sucia, una intrusa que invadía aquel espacio que él nunca le había querido compartir. La sobre oxigenación volvía a afectarla. Simona tomó la sábana que ya estaba casi seca y una pequeña maceta de barro pintada a mano y trepó el muro. Miró a la gente y a los autos que transitaban las calles y respiró hondo. Frotó tres veces la artesanía y le pidió un deseo al genio. Extendió  la sábana y se lanzó a conquistar el vacío, flotando sobre su propia versión de la alfombra de Aladino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario