lunes, 5 de septiembre de 2011

APACHE

“Apache” era mucho más que el nombre con el que habían bautizado la casa de playa que alquilaron ese verano. Era el sonido que describía al grupo de mujeres que la estaban habitando, prestándole al recinto un poco de su esencia. Tiñendo de colores brillantes la atmosfera de esa madriguera.
Ese día “Apache” había estado de fiesta desde el mediodía. Había olor a ansiedad y alegría. De fondo se podía oír la música que genera la expectativa de la juventud y la buena predisposición.
Se hicieron las compras y se realizaron todos los preparativos para la noche.
Prepararon una mesa redonda y colocaron bancos a su alrededor. Todos los muebles eran de piedra, pesados. Costaba moverlos.
Adornaron con flores y velas todo el interior de la casa y decoraron con luces de colores el jardín. Colgaron pañuelos de tela sobre las lámparas  transformando la luz que emitían las bombillas blancas.
Había un aire de mar intenso y húmedo que después de soplar dejaba un gusto salado en el pelo y en la piel; un viento que despeinaba y hacía bailar las llamas de las velas.
Estaban reunidas  admirando el centro de mesa floral que habían diseñado. Se sentaron a compartir las ensaladas frescas y coloridas. Hablaron y se rieron, atravesando anécdotas del pasado y proyectaron amores hacia el futuro. Pero lo que más atesoraban era ese magnético presente que las mantenía unidas.
Parecían sirenas perfumadas con jazmín. Tenían la piel barnizada de sol y llevan el pelo suelto, brillante.
Dividieron la vida por columnas y sellaron con tinta los miedos que dejarían partir. Hablaron de deseos, de metas, de proyectos. Rezaron por un futuro. Sonrieron sobre un par de lágrimas y sintieron la vibración del ambiente que iba elevándose. Salían chispas y brillos y podían respirar el perfume de los ángeles que las rodeaban en esa ceremonia.
Sellaron su compromiso  y vieron como el fuego se tragaba el papel que llevaba plasmados sus sueños. La ceniza se la llevo el viento fundiendo su imaginación con la tierra, el agua y el aire. Ahora estaban integradas con su entorno. Se pararon y bailaron al ritmo de la cuenta regresiva que las llevaría a otro mundo de nuevo color que estaba inminente, esperándolas del otro lado de la última campanada.

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